3. La Promesa. (de: Ensayo filosófico del cristianismo)

En la antigüedad la prosperidad era prometida a partir del cumplimento de la ley de Dios, Dt 1012 dice qué es lo que Dios pide para prosperarnos, confirmándolo en Dt 1314.15 o en Josué 01, por mencionar sólo algunos ejemplos. En la última dispensación muchas cosas habían cambiado y el “pueblo escogido” recibía la promesa, ya no de abundancia y prosperidad terrenal, sino la de una eternidad en un Nuevo Reino.

Son muchas las señales claras que respecto de este nuevo orden se nos dan en la Biblia, sobre todo en las palabras de Jesús, demasiado olvidadas por la iglesia moderna en la concepción de sus bases teológicas. Jesús decía continuamente “Oísteis que fue dicho… más yo os digo…” en referencia a numerosos temas en los que el Reino de los Cielos, es decir su reinado temporal que empieza en el nacimiento y culmina cuando él entregue el reinado a Dios para su reino eterno (1Cor 1524.25). En este pasaje se define la finalidad del Reino de los Cielos a través de Jesucristo: suprimir todo dominio, toda autoridad y potencia y poner a todos sus enemigos debajo de sus pies, incluso, por último, la muerte.

Cuando Jesús dice a sus discípulos en Mt 0633 “…Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su Justicia…” está diciéndoles, antes, que no se preocupen por su sustento diario, por lo terrenal, sino que se/nos ocupen/mos de la justicia -de la realización- del Reino de Dios que sólo será realidad si Cristo cumple con la comisión de reinar a través de nosotros para ganar la batalla a la muerte eterna producto del pecado.

Si nosotros nos preocupamos por lo que hemos de comer o vestir y eso ocupa el centro de nuestra vida no tendremos capacidad, tiempo o fuerzas para ocuparnos de “las cosas de arriba”, ahora, si nos ocupamos de las cosas de Dios él se ocupara de las nuestras como puede leer en el libro de Josué 0106 en un pasaje habitualmente malinterpretado, cuando Dios le dice a Josué “Esfuérzate y se valiente; porque tu repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a tus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y se muy valiente…” Generalmente se nos insta a ser esforzados y valientes para luchar por lo que queremos, para permanecer en la búsqueda del objetivo anhelado, etc. Error. Si siguiéramos leyendo el texto notaríamos que Dios le exige esfuerzo y valor sólo en un sentido de fidelidad a Él. El versículo 07 en su segunda parte, generalmente relegada, nos da la clave; esfuérzate y se valiente: “…, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.” La prosperidad vendrá por cumplir la ley de Dios que en nosotros ya no es -sólo- la de Moisés sino el Evangelio del Reino revelado desde Juan el Bautista hasta los apóstoles pasando por las palabras de Jesús.

Notemos una curiosidad poco observada que seguramente contradirá nuestros preconceptos mal enseñados. Dice Dios en el versículo 06 de Josué 01 que había prometido a sus padres una tierra y no se las había dado, sino que lo haría a través de Josué, lo cual marca a las claras que Dios promete, pero condiciona siempre el otorgamiento de la promesa a nuestra obediencia a la “ley”. En He 0401 se nos advierte de tener cuidado de no dejar de entrar en el reposo por dejar de esperar la Promesa, como (según dice) hicieron los anteriores destinatarios del Pacto y de sus propias Promesas. En 2P 0313.14 otra palabra que confirma esta teoría dice que nosotros esperamos “según sus promesas” tierra nueva y cielos nuevos y que debemos ocuparnos de entrar en ese reposo mediante nuestra santificación y las obras de bien. Este concepto de que no es fácil ni mágico entrar en el Reino, de los Cielos primero y de Dios después, está avalado en la interpretación secundaria que se hace de las palabras de Jesús de Mt 1112, donde asegura que “…el Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan.”, en compendio con Lc 1616 que dice “…el Reino de los cielos es anunciado y todos se esfuerzan por entrar en él.”. Claramente el Reino de los Cielos, donde vivimos desde el nacimiento de Cristo, no es para los tibios o para los cobardes, quienes no pueden arrebatarlo o entrar en el.

 

¿Cuál es entonces la Promesa de Dios a nosotros? No es riqueza ni abundancia en este mundo, sino claramente ser parte de su Reino durante toda la eternidad (ver 1Jn 0225 y contexto). Ahora, mientras vivimos todavía en el Reino de los Cielos que acercó Jesús, nuestra misión es Predicar el Evangelio (del Reino) y anunciar que esta tierra y la humanidad sin Dios serán destruidos, testificando con nuestras obras y mediante el poder que actúa -o debería actuar- en nosotros, que somos sus Hijos. El llamamiento de Jesús a seguirle es para ser pescadores de hombres, no para otra cosa. La Promesa a los hijos de Dios en el Nuevo Pacto es futura. Mientras tanto, él sí promete darnos todas las cosas que necesitamos (Lc 1222-30) y prosperarnos en todas las cosas, pero no dejemos de recordar que vivimos aún bajo la maldición original del Pacto con Adán, que exige que obtengamos nuestro sustento con esfuerzo.


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