4. La seguridad de la herencia. (de: Ensayo filosófico del cristianismo)

Cuando sabemos que somos herederos de una promesa debemos esperarla, a pesar de las pruebas, a menos que no la hayamos creído o entendido.

He 1023 nos alienta a mantener “firmes sin fluctuar la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”. Tal como Job decía en Job 1315 “Aunque él me matare en él esperare”, porque él sabía en quien había creído. Abraham fue maltratado durante 400 años antes de alcanzar su promesa según narra Hch 0705, Moisés murió antes de entrar en la tierra prometida así como otros muchos que se nos mencionan en He 1132-40, donde culmina diciendo que ellos no recibieron lo prometido (aunque Dios se los había prometido) y Dios proveyó para nosotros una cosa mejor, ya no terrenal sino eterna.

Puede haber pruebas, tribulaciones y sufrimientos temporales, pero tienen un propósito y deben ser siempre soportados mediante la fe, por la certeza de lo que se espera, aunque no se “vea” y en la convicción de “las cosas que no se ven” pero son nuestras. 1P 0412.13 dice que podemos ser probados. Luego en 0418 dice que la salvación no necesariamente es fácil (una puerta y camino estrechos Mt 0713.14), así que si somos probados “según la voluntad de Dios” debemos encomendar a él nuestra alma y hacer el bien. En 1P 0106.07, como en Stgo 0102-04, se nos recomienda tener gozo cuando estemos en pruebas sabiendo que producirán una gran recompensa. Pablo a los Romanos, en Ro 0503 afirma también que “…nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia prueba; y la prueba esperanza; y la esperanza no avergüenza…” Notemos que siempre a la prueba o tribulación sigue una recompensa de paz y de gloria, pero siempre también está condicionada a la manera en que hayamos pasado la tribulación, sólo recibimos la promesa si la prueba tiene su obra completa. Nunca si es vivida en rebeldía o con una resignación impotente.

 

Las teorías humanistas de la plena satisfacción terrenal del evangelio, desarrolladas por intérpretes modernos con la levadura de los Fariseos y lamentablemente muy difundidas en la iglesia actual, predican un evangelio “fácil” en el que, dicen, si padecemos privaciones, persecuciones o problemas esto no es un síntoma de que vivimos en victoria, a lo que Pablo en Ro 0835-37 responde con un concepto muy conocido pero mal usado en la iglesia: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? …Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Notemos que otra vez nuestra victoria, más que victoria porque es para siempre, no es necesariamente visible y aún menos contemporánea y terrestre, sino por medio de la sangre de Cristo que nos abrió la entrada al Reino de Dios.

Otra objeción habitual de muchos teólogos es decir que una vida con demasiados problemas o padecimientos contradice la promesa de Jesús de traernos paz y de darnos descanso. Pero cuando Jesús mismo dice en Mt 1128-30 que si vamos a él el nos dará descanso, también pone como condición que llevemos “su yugo” que es fácil y su “carga” que es ligera (liviana). Este yugo y carga que Jesús pone sobre nosotros no es otra cosa que la necesidad de vivir la vida del cristiano verdadero, según su enseñanza (“aprended de mi”), y para ello nos propone poner en sus propias manos las cargas de nuestra vida (“Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados”) apoyándonos en la fuerza que él mismo aporta con el Espíritu Santo y en la motivación que sólo nos da la fe en la redención eterna. El conocimiento y búsqueda de la PROMESA.


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