8. La semilla y sus frutos. (de: Ensayo filosófico del cristianismo)

El Reino de los Cielos es de los Pobres de Espíritu (Mt 0503). En el Reino de los Cielos al que tiene se le da más y al que no tiene aún lo poco que tiene le es quitado (Mt 1311.12). En el Reino de los cielos lo más importante es el amor (1Cor 13). En el Reino de los Cielos aún los pobres abundan en prodigalidad para con la obra de Dios (2Cor 0802). En el Reino de los Cielos la abundancia de unos suple la necesidad de otros y por eso no hay necesitados (2Cor 0811-15 Hech 0434.35). En el Reino de los Cielos el que siembra escasamente recoge frutos escasos. En el Reino de los Cielos los hijos tienen todo en común y nadie dice ser suyo propio nada de lo que posee (Hech 0432). En el Reino de los Cielos Dios respalda con poder y milagros la vida de los hijos que buscan su Reino (Hech 0433).

 

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo,  el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y  vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.” Mt 1345-46. En esta descripción que Jesús hace de la dispensación de los hijos de Dios en la tierra, se nos muestra el valor que la revelación del Reino debería tener para quienes la encontramos. Si hallamos el tesoro del Reino de los Cielos y no somos capaces de desprendernos de todo lo que poseemos, para comprar ese “campo”, es que no hemos comprendido la dimensión de su valor.

 

Como lo dice Jesús en su explicación de la Parábola del Sembrador (Mt 1318-23) refiriéndose a este Evangelio del Reino, algunos no entienden el mensaje, otros lo aceptan pero al presentarse las pruebas se alejan, en otros el mensaje es olvidado porque “El afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.”, y sólo algunos entienden la revelación de la palabra y llevan fruto, léase bendiciones, prosperidad, buenas obras, milagros y vida eterna.

 

Para algunos cristianos seguir a Cristo y desprenderse de lo que tienen es una tarea difícil, por eso no reciben más de lo que tienen. Para otros lo único importante es disfrutar y darse los gustos que les vende el mercado de consumo, olvidando que tenemos un llamado mayor al que debemos ser fieles.

Para la mayoría cumplir con las palabras de Jesús es, aunque no sean capaces de confesarlo, una pérdida. Por eso Jesús, que conocía la esencia del hombre nos alienta en Lc1829.30 “De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el Reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.”

Por eso para entrar en el Reino de Dios y llevar fruto dice que el grano tiene que morir. “De cierto, de cierto  os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo (sin fruto); pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.” Como figura de la muerte de Cristo, los cristianos debemos morir a nuestros propios deseos, aborreciendo como dice Jesús, y afirma Pablo en Fil 0307.08, la vida en este mundo; luego resucitaremos, también como él, a una vida mucho más abundante que es el premio del Padre.

 

Se puede ser un cristiano “rico” o un cristiano “pobre”, pero nunca un cristiano sin obras (Stgo 0119 y 0217). Porque por nuestros frutos seremos conocidos en el día de la venida del Señor, y si no tenemos algo más que religión para mostrar, no heredaremos LA PROMESA de morar en el cielo de Dios, donde gozaremos de abundantes riquezas para siempre.


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